sábado, 31 de marzo de 2012

Meditaciones del Domingo de Ramos


El pensamiento se centra hoy, al comienzo de la Semana Santa, en el Calvario, donde estaba junto a la Cruz de Jesús la Madre, y también un joven, Juan, el discípulo al que amaba Jesús, el discípulo que en la última Cena reclinó la cabeza sobre el pecho del Señor, "sacando de su seno los secretos de la sabiduría y los misterios de la piedad". Él escribió y entregó a la Iglesia lo que los otros Evangelistas no dijeron: "Estaba junto a la Cruz de Jesús su Madre".

El largo, silencioso itinerario de la Virgen, que se inició con el "Fiat" gozoso de Nazaret y se cubrió de oscuros presagios en la presentación del Primogénito en el templo, encontró en el Calvario su coronamiento salvífico. "La Madre miraba con ojos de piedad las llagas del Hijo, de quien sabía que había de venir la redención del mundo". Crucificada con el Hijo crucificado, contemplaba con angustia de Madre y con heroica fe de discípula, la muerte de su Dios; "consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella; misma había engendrado" para ese Sacrificio. Entonces pronunció su último "Fiat", cumpliendo la Voluntad del Padre en favor nuestro y acogiéndonos a todos como a hijos, en virtud del testamento de Cristo: "Mujer, he ahí a tu hijo".

"He ahí a tu Madre", dijo Jesús al discípulo; "y desde aquella hora el discípulo la recibía en su casa": el discípulo acogió a la Virgen Madre como su luz, su tesoro, su bien, como el don más querido heredado del Señor. Y la amó tiernamente con corazón de hijo. "Por esto, no me maravillo -escribe Ambrosio- de que haya narrado los divinos misterios mejor que los otros aquel que tuvo junto a sí a la morada de los misterios celestes".

Acoged a María Santísima en vuestro corazón y en vuestra vida: que sea Ella la idea inspiradora de vuestra fe, la estrella luminosa de vuestro camino pascual, para construir un mundo nuevo en la luz del Resucitado, esperando la Pascua eterna del Reino.

Beato Juan Pablo II. 
Ángelus. 15 de abril de 1984


Oh María, Tú que has recorrido
el camino de la Cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu Corazón de madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél
para quien nada es imposible
cumpliría sus promesas,
suplica para nosotros
y para los hombres de las generaciones futuras
la gracia del abandono en el Amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba,
por dura y larga que sea,
jamás dudemos de su Amor.
A Jesús, tu Hijo,
todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.

Beato Juan Pablo II
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