miércoles, 13 de febrero de 2013

Juan Pablo II y el Miércoles de Ceniza


El miércoles de ceniza se abre una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para [revivir] el misterio pascual, o sea, el recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "matanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.

La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.

Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.

(Beato Juan Pablo II - 16-2-1983)


"...La Cuaresma, que se inicia con el austero y significativo rito de la imposición de las cenizas, constituye un momento privilegiado para intensificar un compromiso de conversión a Cristo. El itinerario cuaresmal se convertirá, de este modo, en ocasión propicia para examinarse a sí mismos con sinceridad y verdad, para volver a poner en orden la propia vida, así como las relaciones con los demás y con Dios. «Convertíos y creed en el Evangelio» (Marcos 1, 15).
Que en este exigente camino espiritual nos apoye la Virgen, Madre de Dios. Que nos haga dóciles a la escucha de la palabra de Dios, que nos empuja a la conversión personal y a la fraterna reconciliación. Que María nos guíe hacia el encuentro con Cristo en el misterio pascual de su Muerte y Resurrección."

(Beato Juan Pablo II, Ángelus 22-2-2004)


María,
Madre de Misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado
y crezca en la esperanza en Dios,
«rico en Misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que Él le asignó (cf. Ef 2, 10)
y, de esta manera, toda su vida
sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Beato Juan Pablo II
"Veritatis splendor", 120

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