miércoles, 22 de abril de 2015

María, Madre de Dios y Madre de la Misericordia

"...Dirigimos nuestra mirada a María Santísima, a la que hoy invocamos con el título dulcísimo de "Mater Misericordiae". María es "Madre de la Misericordia" porque es la Madre de Jesús, en El que Dios reveló al mundo su "Corazón" rebosante de Amor. La compasión de Dios por el hombre se comunicó al mundo mediante la Maternidad de la Virgen María. Iniciada en Nazaret por obra del Espíritu Santo, la Maternidad de María culminó en el misterio pascual, cuando fue asociada íntimamente a la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo Divino. Al pie de la Cruz la Virgen se convirtió en Madre de los discípulos de Cristo, Madre de la Iglesia y de toda la humanidad..." (San Juan Pablo II, Regina Coeli. Domingo 22 de abril de 2001).
San Juan Pablo II en la capilla de la Puerta del Amanecer 
(Ausros Vartai).Septiembre 1993

"...Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral. María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). Él ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia mayor radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el Amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su Misericordia para nosotros es Redención. Esta Misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su Voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la Misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no volver a pecar. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su Amor y nos conduce al Padre en el Espíritu." (San Juan Pablo II. "Veritaris Splendor" , n. 118) 
(Fuente: El Camino de María)

No hay comentarios: