domingo, 19 de abril de 2020

San Juan Pablo II, apóstol de la Divina Misericordia

1. Misericordia de vida
Karol Wojtyła vivió en tiempos muy difíciles. Los años de la Segunda Guerra Mundial y del comunismo de post-guerra en Polonia, como así también todos los años en los que llevó a cabo el ministerio de San Pedro, le permitieron observar los problemas, tan distintos entre sí y tan difíciles, de todo el mundo. De ahí que sus palabras sobre la misericordia no fueron meramente teóricas, sino que provinieron de una persona que sabe lo que es el sufrimiento, que experimentó el drama del pecado humano y el sufrimiento humano. Consciente de las amenazas existentes, escribió en 1980: “Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es « misericordioso y Dios de todo consuelo” Dives in Misericordia, 1).

Ser misericordioso es llevar a Dios dentro del drama humano. Incluso, si nosotros mismos no experimentamos grandes dificultades, no hay necesidad de viajar muy lejos para conocer personas para las que la misericordia es la única salvación.

2. Misericordia de paciencia
Inclusive antes de que Karol Wojtyła se convirtiera en Papa, vino a vivir a Cracovia. Pudo observar, y luego acompañar, la devoción a la Divina Misericordia que iba creciendo en torno de la misión de Sor Faustina. Digna de elogio fue su actitud única ante la prohibición de este culto que estuvo en vigor desde 1959 hasta 1978, prácticamente, todo lo que duró su ministerio como obispo de Cracovia. Como obispo, y luego cardenal, nunca criticó la decisión de la Santa Sede pero, dentro de los límites permitidos por la ley intentó, junto con otros obispos polacos, distender la prohibición.

Ser misericordioso significa también saber esperar. Ser capaz de entender a aquellos que aún no han recibido el don del entendimiento. Confiar en Dios que es Él quien, finalmente, determina los tiempos y los lugares de su obra.

3. Misericordia de palabra
San Juan Pablo II no habló mucho sobre la misericordia. Sin embargo, después de dos años de su elección en la Santa Sede escribió la primera encíclica dedicada a este misterio. 'Dives in misericordia' se refiere, ya desde el título, a la Divina Misericordia. Es necesario que todo el mundo que quiera, por lo menos, entender qué es la misericordia lo lea. Además, se necesita la lectura de esta encíclica para entender la homilía de la misa de canonización de Santa Faustina (Roma, 2000) y de la prédica durante la última peregrinación de San Juan Pablo II a su tierra (Cracovia, 2002).

Al momento de la canonización de Santa Faustina, Juan Pablo II dijo: “la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.”

Ser misericordioso es también saber cómo hablar de la misericordia. San Juan Pablo II nos enseña cómo hablar ya que esto no es una simple cuestión humana sobre el amor, lo cual no necesita de Dios, ni una manera de hablar de Dios que no ayuda a nadie.

4. Misericordia del poder
Las decisiones de San Juan Pablo II, quien se convirtió en un hito en el camino del crecimiento de la devoción a la Divina Misericordia, son una bendición a la que podemos reconocer como una gracia. Ya como obispo de Cracovia comenzó el proceso de beatificación de Santa Faustina Kowalska (1968) encomendando el tratamiento de estas cuestiones teológicas a uno de los mejores dogmáticos: P. Profesor Ignacy Różycki. En 1993 proclamó beata a Sor Faustina Kowalska y, siete años más tarde, santa. En 1985 instituyó el Domingo de la Divina Misericordia en la Arquidiócesis de Cracovia; en 1995, en todas las diócesis de Polonia; y, en el 2000, durante la canonización de Santa Faustina, instituyó esta fiesta para la Iglesia del mundo.

Ser misericordioso es también saber tomar buenas decisiones. Tanto en lo personal, como en lo social, en la vida política o religiosa. No todos tienen la misma autoridad pero sí todos, dependiendo de la magnitud de la responsabilidad que le compete, pueden tomar determinadas decisiones de manera tal que Dios misericordioso pueda estar más cerca de los demás.

5. Misericordia de la armonía
En lo personal, me impresionó la armonía entre el amor y la verdad de San Juan Pablo II. Probablemente, quien lo haya conocido debe haber tenido la impresión de que estaba ante una persona que ama, ante una persona ante la cual hasta el mayor pecador puede llegar y convertirse en una mejor persona. No era posible encontrar en él ni un rastro de malicia, desdén o indiferencia. Dios misericordioso estaba presente en el rostro y en el corazón del Papa. Y, al mismo tiempo, nada en su actitud daba la sensación de intentar evitar ninguna de las verdades difíciles de la fe. Era capaz de mantener una especie de santa armonía entre la verdad y el amor, por eso todo el mundo sabía que el Papa amaba, aun cuando no estuviera de acuerdo o, incluso, cuando opinara de forma diametralmente opuesta de aquellos a quienes amaba.

Ser misericordioso es saber cómo mantener la armonía entre el amor y la verdad, lo que a veces puede ser muy difícil para una persona. Sin embargo, ni la misericordia sin la verdad, ni la verdad sin amor por las personas pueden aliviar a nadie.

6. Misericordia de la confianza
El acto de confiarle al mundo a la Divina Misericordia que llevó a cabo el Papa el 17 de agosto de 2002 en el Santuario de la Divina Misericordia en el barrio de Łagiewniki, Cracovia, todavía no se aprecia en toda su magnitud. Con estas palabras el Santo Padre encomendó a la humanidad en las manos de la Divina Misericordia:

“Dios, Padre misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.

Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.

Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén”

Confiar significa entregarse a Dios. Encomendar el mundo y los hombres a la misericordia de Dios significa proclamar públicamente la certeza de que únicamente Dios puede salvar al mundo, auxiliarlo, hacerlo un lugar mejor. Ser misericordioso siempre comienza con la certeza de que sin Dios, los hombres no pueden ser rescatados de la miseria, de la pobreza o del pecado.

7. Misericordia de la muerte
Ya en 1981, cuando el Papa perdonó a su asesino, Ali Agca, se mostró como un ser humano que sabe que la misericordia, más allá del sufrimiento personal, es la mejor respuesta a cualquier forma de miseria. Esta bondad del corazón del Papa también reveló la cruz de su enfermedad y de su muerte. A veces, es más fácil para nosotros ser misericordiosos con los demás mientras que no sabemos cómo ser misericordiosos con nosotros mismos. San Juan Pablo II se sumergió tanto en la Misericordia Divina durante sus últimos años y sus últimos días que Dios lo llamó a Su casa en la Vigilia del Domingo de la Divina Misericordia; el 2 de abril de 2005, a las 9:37 pm.

Ser voluntario de la Misericordia es también ser voluntario de la misericordia hacia ti mismo, ser misericordioso hacia la propia pobreza, hacia la miseria del propio pecado y hacia la propia cruz. Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén

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